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El oficio de técnico de cables submarinos

Por Javier Lacort

Nunca pensó que fuese a acabar dedicándose a los cables submarinos, pero cuando Guillermo Cañete vio una oferta laboral de una filial de Telefónica —la actual Telxius—, anunciada en un periódico a mediados de los noventa, decidió probar suerte. Acababa de licenciarse como Ingeniero en Telecomunicaciones. Consiguió el puesto, y veinticinco años después, sigue dedicándose a ellos.

«Aunque no lo parezca, lo más complejo de un proyecto para instalar un cable submarino es todo el componente administrativo, burocrático. El componente técnico tiene muchos retos, pero es el que menos problemas da», explica Guillermo, de aspecto nervudo, como de lobo de mar, pese a que recalca que su papel principal está en el proyecto de desarrollo y despliegue del cable submarino, no rodeado de bobinas en aguas internacionales, donde al final y al cabo el tiempo a pasar es menor.

24 meses y un millón de licencias

Desde que una compañía decide el despliegue de ese cable submarino hasta que dicho cable está instalado y es funcional suelen pasar unos dos años. Lograrlo en un año y medio es un milagro. Tardar tres o cuatro años significa que algo ha salido mal. «No hay dinero que acelere ese plazo. Hace falta elegir proveedores, contratista principal, que es quien se encarga de la fabricación del cable y de ir soltándolo entre su origen y su destino; subcontratistas, comprar terrenos, construir un edificio cercano a la zona en la que el cable amarra en las playas, construir canalizaciones… Y repetir ese proceso en siete u ocho países, todos en los que ese cable tiene un amarre en la costa».

La labor de hacer el viaje completo soltando cable en el fondo del mar no es tan simple como refleja esa frase: hay un estudio previo del trayecto exacto que recorrerá el cable, más que nada para evitar fallas y zonas rocosas o montañosas, ya que la superficie oceánica no es plana, sino irregular y poco propicia para acoger un cable así. En ese estudio previo se buscan las zonas más llanas posibles y los suelos arenosos en lugar de los rocosos.

El desenrollado del cable, si es posible, se hace del tirón, en enormes barcos que son básicamente tres bobinas de veinte metros de diámetro a las que se le ha construido la embarcación alrededor. «En cada bobina entran 2.000 o 3.000 kilómetros de cable, ocupan todo el ancho y toda la profundidad del barco. El que va de Virginia a Sopelana fue tres meses cruzando el océano y soltando el cable, todo de una vez».

 

La superficie oceánica no es plana, así que una parte del trabajo previo al desenrollado del cable es un estudio de su trayecto para elegir las zonas arenosas y sin depresiones

Guillermo ejerce de director de orquesta para coordinar a todas las partes, y remarca que lo más complejo es la burocracia, especialmente la local. Ayuntamientos que no expiden los permisos necesarios para los amarres, o los expiden fuera de plazo, o la duración es insuficiente… «Hay mil problemas, yo me encargo de que esos problemas que van surgiendo no hagan descarrilar el proyecto, ni en tiempo ni en costes. A veces los problemas se pueden solucionar fácil, pero si algo que iba a costar «uno» de repente cuesta «diez»… Eso sí es un problema. Y ahí entra mucho el trabajo previo al despliegue».

En ese trabajo previo entra la capacidad de tomar buenas decisiones que sustenten el proyecto, no que lo comprometan. No elegir mal el punto de amarre. No equivocarse escogiendo el terreno sobre el que se edificará la estación conectada al mar. «Durante esa etapa inicial del proyecto, me paso el tiempo viajando a cada sitio donde llegará el cable, a ver el lugar de la estación, en contacto con las autoridades municipales. Lo importante es conseguir que todo funcione, que nada retrase el proyecto».

Miles de kilómetros de cable

El primer proyecto para el despliegue de un nuevo cable en el que tuvo que trabajar Guillermo fue SAM-1 (South America One), cuya construcción terminó en el 2000. Sus 25.000 kilómetros recorren diecisiete estaciones de amarre, teniendo sus extremos en Argentina y en Boca Ratón, en el estado de Florida (EEUU). Su antigüedad deja su capacidad en 20 Tbps, notablemente inferior a la de los cables modernos, que la multiplican por entre ocho y diez.

Una de esas estaciones de amarre estaba en Valparaíso (Chile). Cuando iban a proceder a limpiar el terreno antes de edificar, un grupo de ecologistas hizo una sentada para exigir que un árbol milenario que estaba allí no fuese talado, como estaba planeado. «Hasta que no les juramos y perjuramos que no lo talaríamos, que cambiaríamos el plan de construcción, no se marcharon. Y así lo hicimos, construimos el edificio alrededor del árbol, sin talarlo. De eso hace más de veinte años, y ahí sigue el árbol», recuerda Guillermo.

Valparaíso está cerca del centro geográfico de ese país alargadísimo que es Chile. Mucho más al norte, los técnicos encontraron otra sorpresa inesperada. «Había un barco abandonado que un día parecía que empezaba a hundirse, con tan mala suerte de que caía justo por donde iba el cable. Al final no se hundió, pero ya fue un buen dolor de cabeza, y la razón de que estuviese abandonado era un poco turbia».

Aquel despliegue fue el primero. El último que ha hecho tuvo lugar en 2017, cuando se inauguró el Proyecto MAREA, hecho por Telxius junto a Microsoft y Facebook, con el objetivo de potenciar los servicios en la nube de Azure, Office 365, Skype, Xbox Live y Bing por parte de Microsoft, y la capacidad de conexión general de Facebook y sus plataformas gracias a su baja latencia. El cable, de 6.607 kilómetros, recorrió los 6.000 que separan la playa de Sopelana, en Bilbao, y Virginia, en Estados Unidos. Como al estrenar zapatos, ha de haber cierta holgura.

Los cables, además de transportar datos, también transportan electricidad para alimentar a los amplificadores de señal que hay cada 100 kilómetros. Cuando hay un fallo, se sabe en qué tramo ha ocurrido gracias al apagón de dicho amplificador. «Entre el amplificador 25 y 26, y bastante más cerca del 26, es donde se ha perdido la conexión» puede ser la pista que reciben los técnicos.

Recibida la pista, van hasta allá en un barco que puede alojar a unas cincuenta personas, aunque solo diez de perfil técnico para ejecutar la reparación del cable: especialistas, ingenieros, empalmadores… También los estrategas que planifican alternativas si el primer intento no sale bien, para decidir hacia dónde orientar el barco o desde dónde tirar el anzuelo en el siguiente intento. El resto es tripulación.

Reparar un cable submarino averiado puede demorarse entre una y dos semanas, desde que el barco de mantenimiento sale de su base hasta que el cable vuelve a estar funcional. Para cuando se consigue, el cable queda algo más largo que antes, ya que se trabaja con margen de maniobra.

El factor de ruptura más temido es el terremoto, ya que puede dañar varios al mismo tiempo y complicar tanto la reparación como la conectividad de países enteros

De los tres factores que suelen ocasionar que entre agua en el interior del cable, y por tanto su fallo, el más temido es un terremoto. Un ancla rompe un cable, y la inmensa mayoría de la gente que está usando Internet ni se entera. Pero un seísmo puede dañar varios a la vez, y eso sí puede suponer problemas. Con dos cables rotos, todo el país puede empezar a experimentar lentitud en el tráfico. Con tres, ciertas zonas pueden apagarse, en función de qué país sea y cuántas alternativas tenga.

En 2006, un terremoto en Taiwan rompió seis. Y toda China quedó incomunicada con el exterior. No podía usarse el teléfono fijo ni Internet para comunicarse con otros países. Esto supuso que ni siquiera funcionaban las webs alojadas fuera del país asiático. Pese a que nuestras manos pasen del Wi-Fi al 4G viviendo la vida inalámbrica, el 99% del tráfico mundial sigue pasando por cables como estos. Ninguna tecnología satelital se compara en velocidad a lo que ofrece la fibra óptica. «Es como comparar una tubería de 1 milímetro de grosor con otra de 10 metros, el flujo de agua que permiten no tiene nada que ver». La velocidad de la luz sigue siendo insuperable.

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